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Las personas humanas nos parecemos, metafóricamente, al conductor de un automóvil.
El vehículo que conducimos es: nuestro cuerpo.
Nuestro cuerpo puede estar físicamente sano y muy robusto, o encontrase débil y enfermizo. Puede ser un vehículo de alta gama, o que se le parezca a un pequeño coche utilitario. También puede tener algunos mecanismos que no funcionan bien, o que estén ya muy viejos y desgastados.
Pero, si la mente es una buena conductora, su vehículo corporal circulará correctamente por los caminos de este mundo; aunque el motor y otros elementos de tracción tengan algún problema, o si los trayectos que recorre tienen curvas y baches peligrosos.
La mente que conduce nuestro vehículo corporal, está obligada a cumplir las ordenanzas que señala un "reglamento de tráfico" que le fue dictado a Moisés en el Monte Sinaí: tiene diez capítulos.
Su incumplimiento será sancionado con unas multas que tendrán que pagarse después de que hayamos realizado nuestro último viaje en el planeta tierra.
POSTDATA:
Reconozco que yo soy un "conductor" mediocre, de mi vehículo corporal; a pesar de que me han enseñado ese oficio en una muy buena "autoescuela" franciscana, en aquel colegio franciscano que existió en Herbón.
Muy bueno un abrazo
ResponderEliminarTu buena escuela franciscana se refleja en tu vida. Saludos.
ResponderEliminarSi que está bien aplicado y explicado, pues se entiende bien la alegoria. Enhorabuena y sigue pensando que me agrada y expresa la filosofía de tu vida. SUERTE
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