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En el año 1949 he conocido a Alicia, cuando ella trabajaba de camarera en el balneario de Panticosa.
En aquella fecha, ya tan lejana, yo era un muchacho veinteañero que también estaba trabajando de empleado administrativo en una empresa constructora multinacional que operaba en aquella zona.
Algunas noches, cuando Alicia estaba libre del servicio de camarera, solíamos ir ella y yo a orillas de un lago colindante con los jardines de aquel balneario. Contemplábamos cómo la luz de la luna se reflejaba en sus aguas cristalinas. Nos dijimos allí muchas cosas.
La nuestra era una amistad muy sana, muy especial. No estaba influenciada por apetencias sexuales. Éramos parecidos a Adán y a Eva cuando residían en el bíblico Paraíso Terrenal, antes de que se intoxicasen por haber comido el fruto venenoso de un árbol.
Al finalizar la temporada veraniega en aquel balneario, Alicia marchó para Zaragoza, su ciudad natal. También la empresa constructora multinacional en la que yo trabajaba me destinó a mí a otras obras, muy distantes de Aragón .
Han transcurrido muchos años desde aquel tiempo, tan lejano.
Observé que se expresaba con timidez y algo nerviosa.
Este piropo la puso aún más nerviosa.
Continuó contándome cómo es el bello paisaje que rodea a ese centro veraniego y de las excelentes instalaciones que tiene el balneario de Panticosa.
¡¡Yo soy Alicia!!. ¡Aquella amiga tuya que tú conociste en Panticosa!.
¡Qué gran emoción hemos sentido los dos al reencontrarnos nuevamente, aunque fuese a través de una conversación telefónica!.
Nos hemos contado después cómo transcurrieron nuestras vidas desde aquella lejana fecha en la que éramos unos amigos tan "especiales".
Me dijo que actualmente está viuda. Que sus hijos ya se han casado y reside muy sola en la ciudad de Zaragoza.
Después de este reencuentro tan emotivo, hemos continuado comunicándonos por teléfono y por WhatsApp.
Nuestras conversaciones siguen siendo tan afectuosas, sanas y platónicas, igual que aquellas que habíamos mantenido en Panticosa, a orillas de aquel lago de aguas cristalinas.
En un día posterior, yo le conté que había tenido un sueño:
Soñara que nos encontrábamos los dos nuevamente en Panticosa, a orillas de aquel lago y que nos besamos allí muy afectuosamente.
Ella me propuso convertir ese sueño en realidad y que nos desplacemos los dos a ese balneario, para darnos allí el primer beso. Un beso que tenemos pendiente de realizar desde aquellos lejanos tiempos de nuestra juventud.
Pero..., Alicia y yo somos ya dos ancianos nonagenarios que estamos en lista de espera preferente para emigrar a ese misterioso "más allá".
Desconozco cómo funcionan las cosas en ese "más allá" tan misterioso.
Ojalá exista también allí algún lago de aguas cristalinas, en cuya orilla Alicia y yo podamos contarnos muchas cosas, durante toda la eternidad.
AMÉN.
POSTDATA:
La protagonista de este relato no se llama ALICIA.
He cambiado su nombre, para proteger la intimidad de esta gran amiga mía.
Estás hecho un conquistador Elías
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